Los ciberdelincuentes recopilan datos a través de redes sociales, brechas de seguridad o bases de datos filtradas. Con esta información, construyen una campaña dirigida o masiva.

Diseñan un correo electrónico con apariencia profesional: logos, colores corporativos, textos bien redactados y un tono similar al de la entidad real. Todo está pensado para no levantar sospechas.

El mensaje suele contener un pretexto que genera presión: un problema con la cuenta, una operación sospechosa o una actualización necesaria. El objetivo es que la víctima actúe sin pensar demasiado.

El correo contiene un archivo adjunto malicioso o un botón o enlace que dirige a una página web falsa que imita a la original. Esta página solicita, habitualmente, introducir datos personales o bancarios, o incluso descargar un malware en el dispositivo.

Cuando la persona completa el formulario, sus datos son enviados directamente al estafador. En algunos casos, también se instala software malicioso en el dispositivo.

Con la información obtenida, los ciberdelincuentes acceden a cuentas bancarias, realizan compras no autorizadas o suplantan la identidad de la víctima.

Los datos robados pueden utilizarse para engañar a otras personas o integrarse en redes de fraude más amplias. El ataque no siempre termina con una única víctima.